Existen ciertos tabús en el mundo de la medicina, como en cualquier otro campo de la vida. En ese sentido, si a menudo escuchamos o leemos que una persona ha fallecido tras padecer «una larga enfermedad», como si nombrar el Cáncer fuese algo peligroso, en la psiquiatría nos encontramos con que el suicidio es un aspecto del que a la sociedad le cuesta mucho hablar.
No debiera ser así, sobre todo teniendo en cuenta que no nos referimos a algo ocasional o excepcional, ya que las muertes por suicidio alcanzan en torno al millón a nivel mundial todos los años, y en algunos rangos de edad, como los adultos entre 25 y 45 años están continuamente entre las mayores causas de muerte (en ocasiones, llegan a ser la mayor). Sin embargo, nos encontramos campañas cumplidamente subvencionadas para intentar reducir las muertes en accidente de tráfico, por ejemplo, cuando las muertes por suicidio intentan silenciarse.
El suicidio se asocia, obviamente, a patología psiquiátrica previa. Así, personas que padecen procesos depresivos de intensidad moderada-grave, u otras patologías como el Trastorno por Uso de Sustancias, a menudo hacen planes de muerte (sin que eso conlleve necesariamente un intento real de suicidio), y no pocos intentan llevar esos planes a cabo. Las depresiones que además se asocian con enfermedades físicas aumentan el riesgo de suicidio, ante las expectativas de una calidad de vida incierta por parte del paciente.
En España, la tasa de suicidio ha ido aumentando considerablemente en los últimos años (un aumento de casi el 20% desde 2011 a 2013, apenas dos años). Aunque no conviene ser sensacionalista con estos datos, intentar silenciarlos por no crear alarma social no parece buena idea. En Galicia, además, esas tasas están (salvo en el caso de la provincia de Pontevedra) entre las más elevadas del Estado.
Aunque existen tasas de suicidio a tener en cuenta en todos los rangos de edad, los ancianos son las personas que mayor riesgo presentan. Esto se puede justificar por una alta prevalencia de sintomatología depresiva, un mayor índice de soledad (la vida en pareja se entiende como factor protector), y una elevada presencia de enfermedades físicas que puedan reducir la esperanza de vida.
Prevenir absolutamente el suicidio no es posible, pero conviene buscar ayuda ante cualquier tipo de proceso que pueda alertarnos sobre que una persona pueda estar planteándose esa posibiliada. A menudo, actuando a tiempo se evitarán males mayores, ya que los procesos no tratados son los que mayor índice de suicidio presentan.
Dr. Alberto Ramos Caneda
Especialista en Psiquiatría
CliniqSantiago
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alberto.ramos.psiquiatra@gmail.com
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